Es común ver etiquetas en los productos orgánicos resaltando que son libres de transgénicos, pero los productos transgénicos no informan que los son. FotoUSDA vía Flickr



Por José E. Maldonado
Miprv.com

Luego de más de dos décadas de debate, el mundo cuenta finalmente con estándares internacionales para etiquetar los alimentos genéticamente modificados, también conocidos como transgénicos.
El protocolo para etiquetar estos alimentos modificados genéticamente fue aprobado en Ginebra el 9 de julio por los delegados del“Codex Alimentarius”, un organismo creado por las Naciones Unidas en 1963 para establecer los estándares para el manejo y la seguridad de los alimentos.
En los Estados Unidos y Puerto Rico, más del 70% de los alimentos procesados contiene ingredientes modificados genéticamente, y las empresas no están obligadas a decirlo en las etiquetas, que sí se colocan comúnmente en los productos denominados como “orgánicos”.
La aprobación de las reglas para etiquetar los transgénicos es considerada una gran victoria para los grupos que defienden los derechos de los consumidores, mientras que las multinacionales de alimentos y algunos científicos consideran que es innecesario etiquetar estos alimentos ya que consideran que son iguales que los productos naturales y seguros para comer.
El lado “pro-consumidor” no está del todo satisfecho porque estas reglas no son obligatorias, sino que cada país impondrá su criterio de implementación individualmente, por lo que no se esperan cambios inmediatos en la industria alimentaria de EE.UU., y por ende, Puerto Rico.
Por décadas, Estados Unidos se opuso tenazmente a la aprobación del etiquetado de transgénicos, alegando que estos productos en el mercado han sido estudiados profundamente y son considerados seguros para ser consumidos por los seres humanos. Países como Argentina, México y Costa Rica apoyaron esa posición, pero la semana pasada, EE.UU. finalmente cedió y pudo aprobarse el reglamento.
La oposición a los transgénicos ha sido más fuerte en Europa, donde varios países han mostrado preocupación por la falta de pruebas sobre la seguridad de la manipulación genética de los alimentos para la gente y el ambiente.
Sin embargo, las multinacionales y los biotecnólogos en contra de las etiquetas aseguran que no hay diferencia en el contenido nutricional de un transgénico versus un producto natural, y si no existe evidencia concreta de que los transgénicos afectan el ambiente o la calidad de la comida, entonces no se deben diferenciar con etiquetas.
Las guías aprobadas en Ginebra establecen un punto medio entre ambos lados del debate, al asegurar que en el mundo “se han usado métodos distintos para etiquetar las comidas derivadas de la biotecnología moderna”. Pero en lo que se algunos consideran una concesión hacia los Estados Unidos, el documento asegura que “este documento no busca sugerir o dar a entender que las comidas derivadas de la biotecnología moderna son necesariamente diferentes de otros alimentos” y luego enumera 10 estándares ya existentes del Codex Alimentarius relacionados a las etiquetas.
No se deben esperar cambios significativos en el etiquetado de alimentos en los Estados Unidos a corto plazo, pero la presión impuesta por Europa y los intensos debates que se están dando en países de Latinoamérica como Chile, Perú y Bolivia, podrían motivar cambios en los próximos años.