SOBERANÍA ALIMENTARIA
¿Qué estás comiendo?
Por Manuel Costa.
Argentina y Uruguay figuran entre los pocos países latinoamericanos en los que no es obligatorio que se advierta en las etiquetas de los alimentos si estos son de origen transgénico. En otras palabras, “el derecho a elegir lo que comemos no se está ejerciendo en nuestros países”, sostiene Laura Rosano, chef y miembro de Slow Food Canario –rama uruguaya de la asociación ecogastronómica global homónima–, en una entrevista concedida a Redacción Rosario tras haber realizado el primer seminario en Uruguay sobre la importancia de saber lo que uno se lleva a la boca.
Para los expertos en alimentación que expusieron en el seminario impera la necesidad de que, como sucede en Brasil, Cuba o Perú, comiencen a identificarse aquellos alimentos que proceden de materias primas manipuladas genéticamente, ya que la ausencia de esa referencia, no sólo impide ejercer el derecho a elegir los alimentos, sino que implica la imposibilidad de hacer un seguimiento serio sobre los efectos que los mismos pueden tener en la salud humana.
La multiplicación de dolencias relacionadas con la alimentación en una proporción coincidente con la proliferación de materias primas modificadas genéticamente supone como mínimo un alerta. “El problema –señala Rosano– es que al no tener un seguimiento a través del etiquetado no se puede relacionar directamente a ese alimento de origen transgénico con la enfermedad. Lo que sí hay son estudios en ratas alimentadas a base de transgénicos que muestran serios problemas en la fertilidad, deformidades, problemas en riñones, hígado e intestinos, y alteraciones en el sistema nervioso”.
“En humanos –prosigue– hay estadísticas que indican un aumento notable de casos de alergias asociadas a la alimentación en los últimos diez o 15 años, tiempo en que también la industria alimenticia se ha desarrollado muchísimo a base de este tipo de materia prima. Está todo muy enlazado. Pero si no tenés un etiquetado que te diga lo que estás comiendo, no lo podés relacionar”, aclara, e insiste: “Lo básico es contar con información para poder elegir”.
Rosano explicó que la penetración de los alimentos transgénicos abarca prácticamente todos los derivados del maíz y de la soja. “En Argentina y Uruguay no se comercializa la soja tradicional –sostiene–, sino la transgénica, y está presente en gran cantidad de productos. Con el maíz sucede otro tanto. Toda esta industria sojera y de maíz está muy atada a la comida industrializada. La glucosa de maíz que utilizan todos los refrescos que se consumen, las lecitinas que tienen las galletitas, cualquier etiqueta que ves que tiene lecitina, jarabe de maíz, glucosa, contiene elementos que salen de este tipo de cultivos”.
“En el caso del maíz, el insecticida que se aplicaba por fuera de la planta ahora lo lleva incorporado. Es una toxina (BT) que se encuentra en cada célula del maíz, y esto lo estamos comiendo sin que se sepan los efectos que puedan tener a largo plazo, porque no se han hecho estudios”, explica la gastrónoma.
Perdida de la Soberanía Alimentaria
Otro de los aspectos abordados por los expertos durante el seminario fue el del estrago incalculable en la agricultura tradicional autóctona que supone el avance de los cultivos transgénicos, lo cual deviene indefectiblemente en la “pérdida de la soberanía alimentaria –tal cual lo definen–, ya que a la larga todos terminan dependiendo de las semillas que producen las empresas multinacionales”.
En ese sentido, Rosano explica que “si los cultivos transgénicos se encuentran cerca de un cultivo tradicional u orgánico, los contamina”. “De esta manera –señala– se pierde la diversidad genética, en detrimento de la semilla criolla e instaurando la dependencia a la semilla de Monsanto (y otros), porque las semillas que almacenaste ya están contaminadas con las transgénicas”.
La experta en alimentación cita como ejemplo que en su país “el maíz transgénico que se comercializa contiene una toxina contra una plaga que ni siquiera existe en Uruguay, y ese maíz ha contaminado al tradicional, del que ahora sólo queda el 2 por ciento”. “Esto fue corroborado por estudios sobre las veinte variedades de polenta que se venden aquí, todas contaminadas con maíz transgénico”, agrega.
Rosano se refirió también al problema de las supermalezas, así llamadas por ser resistentes al herbicida que supuestamente mata todas las malezas. “Su proliferación –explica– ha provocado que los fabricantes del glifosato recomienden a los productores aplicar dosis 20 veces mayores a las usuales. Estos tóxicos son residuales y de toxicidad grado 1. Queda en los alimentos que luego la gente come”, advierte. “De ahí la importancia de que estos alimentos estén identificados, que la opción de consumirlos sea, en última instancia, nuestra decisión”, concluye.
¿Qué estás comiendo?
Por Manuel Costa.
Argentina y Uruguay figuran entre los pocos países latinoamericanos en los que no es obligatorio que se advierta en las etiquetas de los alimentos si estos son de origen transgénico. En otras palabras, “el derecho a elegir lo que comemos no se está ejerciendo en nuestros países”, sostiene Laura Rosano, chef y miembro de Slow Food Canario –rama uruguaya de la asociación ecogastronómica global homónima–, en una entrevista concedida a Redacción Rosario tras haber realizado el primer seminario en Uruguay sobre la importancia de saber lo que uno se lleva a la boca.
Para los expertos en alimentación que expusieron en el seminario impera la necesidad de que, como sucede en Brasil, Cuba o Perú, comiencen a identificarse aquellos alimentos que proceden de materias primas manipuladas genéticamente, ya que la ausencia de esa referencia, no sólo impide ejercer el derecho a elegir los alimentos, sino que implica la imposibilidad de hacer un seguimiento serio sobre los efectos que los mismos pueden tener en la salud humana.
La multiplicación de dolencias relacionadas con la alimentación en una proporción coincidente con la proliferación de materias primas modificadas genéticamente supone como mínimo un alerta. “El problema –señala Rosano– es que al no tener un seguimiento a través del etiquetado no se puede relacionar directamente a ese alimento de origen transgénico con la enfermedad. Lo que sí hay son estudios en ratas alimentadas a base de transgénicos que muestran serios problemas en la fertilidad, deformidades, problemas en riñones, hígado e intestinos, y alteraciones en el sistema nervioso”.
“En humanos –prosigue– hay estadísticas que indican un aumento notable de casos de alergias asociadas a la alimentación en los últimos diez o 15 años, tiempo en que también la industria alimenticia se ha desarrollado muchísimo a base de este tipo de materia prima. Está todo muy enlazado. Pero si no tenés un etiquetado que te diga lo que estás comiendo, no lo podés relacionar”, aclara, e insiste: “Lo básico es contar con información para poder elegir”.
Marcas de alimentos infantiles con transgénicos |
Veneno incorporado
Rosano explicó que la penetración de los alimentos transgénicos abarca prácticamente todos los derivados del maíz y de la soja. “En Argentina y Uruguay no se comercializa la soja tradicional –sostiene–, sino la transgénica, y está presente en gran cantidad de productos. Con el maíz sucede otro tanto. Toda esta industria sojera y de maíz está muy atada a la comida industrializada. La glucosa de maíz que utilizan todos los refrescos que se consumen, las lecitinas que tienen las galletitas, cualquier etiqueta que ves que tiene lecitina, jarabe de maíz, glucosa, contiene elementos que salen de este tipo de cultivos”.
“En el caso del maíz, el insecticida que se aplicaba por fuera de la planta ahora lo lleva incorporado. Es una toxina (BT) que se encuentra en cada célula del maíz, y esto lo estamos comiendo sin que se sepan los efectos que puedan tener a largo plazo, porque no se han hecho estudios”, explica la gastrónoma.
“La desinformación es total”, agrega, “hay quienes comen polenta creyendo que es más sano, o un jugo en caja, o quienes consumen milanesas de soja como una opción más natural y ecológica, pero que en realidad desconocen su origen. La soja que se comercializa en Uruguay y Argentina es la que se exporta a Europa y China para consumo de animales, no para consumo humano”, subraya.
Y esto no se detiene ahí: La idiosincrasia agropecuaria uruguaya es prácticamente gemela a la argentina y aunque en el caso oriental hubo un pronunciamiento de una delegación oficial en contra del avance en la implementación de nuevos eventos transgénicos, al igual que en Argentina, el embate de las semillas transgénicas parece irrefrenable. “En Uruguay ya están aprobados nuevos eventos de maíz y soja transgénica. No se hizo un estudio de impacto en la salud; se usaron los datos de las empresas dueñas de las semilla y como Brasil lo aprobó, Uruguay también, y en contra de las objeciones de la Dirección Nacional de Medioambiente”, narra la referente de Slowfood.
“Ellos tomaron a Brasil como ejemplo de aprobación de los eventos –continúa Rosano–, pese a que en Brasil la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria los prohibió, pero como la comisión que decide la liberación de estos eventos tenía mayoría de votos, se terminó aprobando. En Argentina se rigieron por lo actuado en Estados Unidos, donde se aplica el término «equivalente», eufemismo que equipara a los productos transgénicos con los naturales y mediante el cual se evita someterlos a estudio”.
“En otras palabras –añade–, aprobaron los eventos sin estudiar los efectos que puedan ocasionar a la salud humana, y pese a que investigaciones independientes arrojaron resultados alarmantes”.
Y esto no se detiene ahí: La idiosincrasia agropecuaria uruguaya es prácticamente gemela a la argentina y aunque en el caso oriental hubo un pronunciamiento de una delegación oficial en contra del avance en la implementación de nuevos eventos transgénicos, al igual que en Argentina, el embate de las semillas transgénicas parece irrefrenable. “En Uruguay ya están aprobados nuevos eventos de maíz y soja transgénica. No se hizo un estudio de impacto en la salud; se usaron los datos de las empresas dueñas de las semilla y como Brasil lo aprobó, Uruguay también, y en contra de las objeciones de la Dirección Nacional de Medioambiente”, narra la referente de Slowfood.
“Ellos tomaron a Brasil como ejemplo de aprobación de los eventos –continúa Rosano–, pese a que en Brasil la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria los prohibió, pero como la comisión que decide la liberación de estos eventos tenía mayoría de votos, se terminó aprobando. En Argentina se rigieron por lo actuado en Estados Unidos, donde se aplica el término «equivalente», eufemismo que equipara a los productos transgénicos con los naturales y mediante el cual se evita someterlos a estudio”.
“En otras palabras –añade–, aprobaron los eventos sin estudiar los efectos que puedan ocasionar a la salud humana, y pese a que investigaciones independientes arrojaron resultados alarmantes”.
El Peligro de los Transgénicos |
Perdida de la Soberanía Alimentaria
Otro de los aspectos abordados por los expertos durante el seminario fue el del estrago incalculable en la agricultura tradicional autóctona que supone el avance de los cultivos transgénicos, lo cual deviene indefectiblemente en la “pérdida de la soberanía alimentaria –tal cual lo definen–, ya que a la larga todos terminan dependiendo de las semillas que producen las empresas multinacionales”.
En ese sentido, Rosano explica que “si los cultivos transgénicos se encuentran cerca de un cultivo tradicional u orgánico, los contamina”. “De esta manera –señala– se pierde la diversidad genética, en detrimento de la semilla criolla e instaurando la dependencia a la semilla de Monsanto (y otros), porque las semillas que almacenaste ya están contaminadas con las transgénicas”.
La experta en alimentación cita como ejemplo que en su país “el maíz transgénico que se comercializa contiene una toxina contra una plaga que ni siquiera existe en Uruguay, y ese maíz ha contaminado al tradicional, del que ahora sólo queda el 2 por ciento”. “Esto fue corroborado por estudios sobre las veinte variedades de polenta que se venden aquí, todas contaminadas con maíz transgénico”, agrega.
Rosano se refirió también al problema de las supermalezas, así llamadas por ser resistentes al herbicida que supuestamente mata todas las malezas. “Su proliferación –explica– ha provocado que los fabricantes del glifosato recomienden a los productores aplicar dosis 20 veces mayores a las usuales. Estos tóxicos son residuales y de toxicidad grado 1. Queda en los alimentos que luego la gente come”, advierte. “De ahí la importancia de que estos alimentos estén identificados, que la opción de consumirlos sea, en última instancia, nuestra decisión”, concluye.
Trasgénicos vs Orgánicos
Un alimento es considerado transgénico si alguno de sus ingredientes es derivado o está constituido en base a una materia prima –sea de origen vegetal o animal– que ha sido manipulada genéticamente, aunque la calidad animal o vegetal de una materia prima, es algo sobre lo que pronto tampoco habrá mayor certeza.
Las compañías de biotecnología defienden la supuesta inocuidad de los transgénicos alegando falsamente que sus manipulaciones son equiparables a los cambios genéticos que tienen lugar en la naturaleza.
El problema es que, en primer lugar, difícilmente en la naturaleza se pueda dar un cruce de especie como las que hoy en día se realizan en laboratorio, a saber: entre un pez y un tomate, entre un cerdo y plantas; y, en segundo lugar, mucho menos que esos cruces se den de la noche a la mañana y no en millones de años de evolución.
La peligrosidad que supone la manipulación genética de los alimentos ha sido advertida en innumerables ocasiones desde distintas entidades científicas. Se sabe que dada la enorme complejidad del código genético, incluso en organismos muy simples como las bacterias, no es posible predecir los efectos de introducir nuevos genes en cualquier organismo o planta, ni el alcance de los efectos nocivos para la salud sobre cualquier persona que lo ingiera.
Un producto orgánico es, por el contrario, el que no ha sido tratado con agroquímicos ni ha estado en contacto con semillas transgénicas ni proviene de estas últimas, y cuando su producción se realiza cuidando el medio ambiente, preservando sus recursos naturales y manteniendo o aumentando la biodiversidad y la fertilidad del suelo.
Un alimento es considerado transgénico si alguno de sus ingredientes es derivado o está constituido en base a una materia prima –sea de origen vegetal o animal– que ha sido manipulada genéticamente, aunque la calidad animal o vegetal de una materia prima, es algo sobre lo que pronto tampoco habrá mayor certeza.
Las compañías de biotecnología defienden la supuesta inocuidad de los transgénicos alegando falsamente que sus manipulaciones son equiparables a los cambios genéticos que tienen lugar en la naturaleza.
El problema es que, en primer lugar, difícilmente en la naturaleza se pueda dar un cruce de especie como las que hoy en día se realizan en laboratorio, a saber: entre un pez y un tomate, entre un cerdo y plantas; y, en segundo lugar, mucho menos que esos cruces se den de la noche a la mañana y no en millones de años de evolución.
Artículos sobre transgénicos |
Un producto orgánico es, por el contrario, el que no ha sido tratado con agroquímicos ni ha estado en contacto con semillas transgénicas ni proviene de estas últimas, y cuando su producción se realiza cuidando el medio ambiente, preservando sus recursos naturales y manteniendo o aumentando la biodiversidad y la fertilidad del suelo.
Slow food, ¿y eso con qué se come?
Slow Food es una asociación ecogastronómica sin ánimo de lucro financiada por sus miembros. Se fundó en 1989 para contrarrestar la fast food y la fast life, impedir la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales y combatir la falta de interés general por la nutrición, por los orígenes, los sabores y las consecuencias de nuestras elecciones alimentarias.
Hoy, con más de 100.000 miembros en todo el mundo, fomentan una nueva lógica de producción alimentaria, desarrollan programas de educación en la materia y actúan a favor de la biodiversidad.
Slow Food es una asociación ecogastronómica sin ánimo de lucro financiada por sus miembros. Se fundó en 1989 para contrarrestar la fast food y la fast life, impedir la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales y combatir la falta de interés general por la nutrición, por los orígenes, los sabores y las consecuencias de nuestras elecciones alimentarias.
Hoy, con más de 100.000 miembros en todo el mundo, fomentan una nueva lógica de producción alimentaria, desarrollan programas de educación en la materia y actúan a favor de la biodiversidad.
Fuente: http://redaccionrosario.com/
1 comentario:
Muy buenooo!!!!!!!!
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