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19 de septiembre de 2011

Sustancias químicas y la salud humana




FUENTE: NUESTRO FUTURO ROBADO (Theo Colborn, John Peterson Myers, Dianne Dumanoski).
En las dos últimas décadas los fabricantes de plaguicidas y los reguladores federales han buscado principalmente cáncer y peligros evidentes como la toxicidad letal y las graves taras de nacimiento cuando han analizado las sustancias químicas para determinar su seguridad. El cáncer ha dominado también el programa de investigación científica que analiza los posibles efectos sobre la salud humana de contaminantes químicos en el medio ambiente. Esta preocupación por el cáncer nos ha cegado ante las pruebas que señalan otros peligros. Ha coartado la investigación de otros riesgos que podrían tener idéntica importancia no solo para la salud de los individuos sino también para el bienestar de la sociedad.
Hasta ahora, nuestro concepto de lesiones derivadas de sustancias químicas tóxicas se ha centrado primordialmente en dos cosas: si una sustancia química daña y mata células como lo hacen los venenos o si ataca al ADN, nuestra huella dactilar genética, y lo altera de forma permanente causando una mutación tal como hacen los carcinógenos. Con el envenenamiento, las consecuencias pueden ser enfermedades o la muerte para el ser humano o animal afectado. Las mutaciones pueden dar origen finalmente al cáncer.
En los niveles que se encuentran normalmente en el entorno, las sustancias químicas disruptoras hormonales no matan células ni atacan el ADN. Su objetivo son las hormonas, los mensajeros químicos que se mueven constantemente dentro de la red de comunicaciones del cuerpo. Las sustancias químicas sintéticas hormonalmente activas son delicuentes de la autopista de la información biológica que sabotean comunicaciones vitales. Atracan a los mensajeros o los suplantan. Cambian de lugar las señales. Revuelven los mensajes. Siembran desinformación. Causan toda clase de estragos. Dado que los mensajes hormonales organizan muchos aspectos decisivos del desarrollo, desde la diferenciación sexual hasta la organización del cerebro, las sustancias químicas disruptoras hormonales representan un especial peligro antes del nacimiento y en las primeras etapas de la vida. Unos niveles relativamente bajos de contaminantes que no tienen ninguna repercusión observable en los adultos pueden tener repercusiones devastadoras en los no nacidos. El proceso que se desarrolla en el útero y crea un bebé normal y sano depende de que se haga llegar al feto el mensaje hormonal correcto en el momento oportuno. El concepto clave en el pensamiento acerca de este tipo de agresión tóxica es el de mensajes químicos. No los venenos, ni los carcinógenos, sino los mensajes químicos.
La preocupación científica por trazar el mapa del genoma humano y atrapar los genes responsables de enfermedades hereditarias como la fibrosis quísticas ha generado la impresión popular de que la raíz de casi todo lo que nos pasa se encuentra en los genes. Pero la huella dactilar genética heredada es sólo uno de los factores que determina a un niño antes del nacimiento. Imaginemos lo que sucedería si alguien alterase las comunicaciones durante la construcción de un gran edificio, de tal manera que los fontaneros no recibiesen el mensaje de instalar las cañerías en la mitad de los cuartos de baño antes de que los carpinteros cerrasen las peredes. Imaginemos que llegan las instrucciones incorrectas cuando se está creando el programa para el sistema de control climático, y que el termostato del edificio se ha regulado a 30º en vez de a 20º. Imaginemos lo que significaría si, a través de una mezcla de comunicaciones, el edificio terminase con un solo ascensor en vez de ocho.
Dado que las sustancias químicas disruptoras hormonales no se atienen a las mismas reglas que los venenos clásicos y los carcinógenos, los intentos de aplicar enfoques toxicólogicos y epidemiológicos convencionales a este problema ha conducido típicamente a crear más confusión que claridad.
Los sistemas hormonales no se comportan con el modelo clásico dosis respuesta que informa nuestro pensamiento acerca de las respuestas biológicas a las perturbaciones. La práctica de la toxicología y la epidemiología se basa en el principio articulado por primera vez en el siglo XVI por Parecelso, un médico suizo a quien algunos consideran el padre de la toxicología. Parecelos observó que cosas que no son venenosas en pequeñas cantidades pueden ser letales en dosis mayores, de ahí su axioma: la dosis hace el veneno.
Este enfoque puede resultar fructífero para sustancias tóxicas que actúan como venemos clásicos o como carcinógenos, aunque es discutible para el caso de las sustancias químicas hormonalmente activas.
Un importante estudio realizado tras el accidente ocurrido en la factoría química de Seveso, en Italia, se centró primordialmente en la cuestión de si la exposición a dioxinas de alto nivel ha aumentado las tasas de cáncer entre las víctimas del accidente. Aunque uno de los estudios efectuados no buscaba defectos de nacimiento evidentes, esta investigación no consideró los daños invisibles en el momento del nacimiento, como los efectos retardados sobre los sistemas endocrino, inmunitario y nervioso. A medida que han surgido pruebas sobre el poderoso impacto de las dioxinas sobre los no nacidos, los investigadores buscan de nuevo en la población de Seveso y analizan otras posibles consecuencias del accidente que tuvo lugar hace más de dos décadas.
El paradigma del cáncer dificulta también el reconocimiento de los efectos de la disrupción endocrina porque describe la amenaza como enfermedad. Las sustancias químicas disruptoras hormonales pueden afectar a los individuos sin hacer que se ponga enfermos.
La exposición a una sustancia química disruptora hormonal antes del nacimiento no produce únicamente un efecto nítido, y también de este modo los resultados cuestionan nuestras ideas dominantes acerca de enfermedades inducidas por las sustancias químicas. Dependiendo de la dosis y del momento, una sustancia química extraña puede arruinar el desarrollo de diversas formas que serán evidentes en distintos momentos. Por ejemplo, un niño expuesto antes del nacimiento a sustancias químicas que imitan el estrógeno puede tener testículos sin descender al nacer, una cantidad baja de espermatozoides en la pubertad, o cáncer de testículo en la madurez debido a sus disrupción hormonal prenatal. Son efectos que se manifiestan en muchos tonos de gris en vez de hacer la distinción blanco o negro entre salud y enfermedad.
Si queremos conjugar esta amenaza, debemos adoptar también una manera distinta de formular juicios acerca de los contaminantes ambientales. Hay escasas posibilidades de mostrar una vinculación causa efecto sencilla entre una o un grupo selecto de sustancias químicas disruptoras hormonales y problemas como la reducción del número de espermatozoides en el ser humano que ya hemos presenciado. La evaluación del riesgo en el mundo real debe responder a los problemas reales en tiempo real.
El cáncer es una enfermedad dramática que tiene unos efectos devastadores sobre las víctimas y sus familias. Sin embargo, plantea poca amenaza para la supervivencia de las poblaciones animales y humanas en su conjuto. Aunque el cáncer es una tragedia a nivel personal, las poblaciones sanas pueden sustituir rápidamente a los individuos perdidos a causa de la enfermedad.
Habida cuenta de que las sustancias químicas disruptoras hormonales actúan amplia e insidiosamente para sobotear la fertilidad y el desarrollo, pueden poner en peligro la supervivencia de especies enteras, quizá a largo plazo incluso la especie humana. Esto podría resultar difícil de imaginar en un mundo enfrentado a un aumento vertiginoso del número de individuos humanos, pero los estudios sobre cantidades de espermatozoides sugieren que los contaminantes ambientales tienen ya una repercusión sobre la población humana en su conjutno, no sólo sobre los individuos. En su ataque al desarrollo, estas sustancias químicas tienen capacidad para erosionar el potencial humano. En su agresión contra la reproducción, no sólo minan la salud y la felicidad de los individuos que padecen infertilidad, sino que atacan un frágil sistema biológico que durante miles de millones de años de evolución ha permitido que la vida recree milagrosamente a la vida.


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