Semillas, multinacionales y movimientos sociales
Hoy en día somos víctimas de una guerra por el control de las semillas. Nuestras agriculturas están amenazadas por industrias que intentan controlar nuestras semillas por todos los medios posible - Vía Campesina, 2011 (2)
El robo de semillas es una gran amenaza que debe ser detenida - Vandana Shiva, 2011 (3)
Los movimientos de resistencia a las multinacionales de la agroalimentación (de semillas, transgénicos, pesticidas, industrias de transformación, agua, etc.) lo tienen muy claro: las semillas son la base de la alimentación y de la soberanía alimentaria de los pueblos, por lo que un objetivo estratégico de primera importancia para estos movimientos está puesto en la lucha contra estas multinacionales, unas pocas empresas que controlan las semillas comerciales en el mundo, entre otras cosas.
Semillas, campesinas y campesinos
Las semillas constituyen la realidad y el símbolo de la promesa de una nueva vida. Ellas mantienen el lazo entre la vida conservada y la vida por venir. Son el eslabón fuerte en la trama de la vida. Constituyen la gran metáfora de la creación.
“Por eso son muchísimo más que un recurso productivo, son simultáneamente fundamento y producto de culturas y sociedades a través de la historia. En las semillas se incorporan valores, afectos, visiones y formas de vida que las ligan al ámbito de lo sagrado… No son apropiables…, son un patrimonio de los pueblos campesinos e indígenas, quiénes las creamos, diversificamos y protegimos a través del tiempo y las ponemos al servicio de la humanidad.” (4)
La industrialización agrícola, que nos parece tan natural en Occidente a través del agribusiness, no es la regla sino la excepción:
“Existen 1.500 millones de campesinos en 380 millones de fincas, ranchos, chacras, parcelas; 800 millones más cultivan en las ciudades; 410 millones recolectan la cosecha oculta de nuestros bosques y sabanas; hay 190 millones de pastores y bastante más de 100 millones de campesinos pescadores. Por lo menos 370 millones de todos ellos pertenecen a pueblos indígenas. Juntos, esos campesinos son casi la mitad de la población mundial y cultivan al menos el 70 por ciento de los alimentos del planeta. Mejor que nadie, ellos alimentan a quienes sufren hambre. En el futuro, para alimentarnos, necesitamos de ellos y de toda su diversidad” (5). Podemos decir, aproximadamente, que los sistemas de cultivo vigentes en los países más industrializados alimentan a unas 1.200 millones de personas, la agricultura de la “revolución verde” en el Sur a unas 2.500 millones y la agricultura de subsistencia o campesina a otras 2.200 millones de personas en el mundo. Los mil millones de subalimentados se las arreglan como pueden.
Pero históricamente sabemos también que los cambios tecnológicos introducidos en la agricultura durante miles de años, desde el neolítico hasta la era industrial, fueron realizados por campesinos/as (e indígenas) que supieron innovar adaptándose a ecosistemas diferentes. El estadounidense F.H. King, en un viaje que realizó a principios del siglo XX por el continente asiático, observó “que los sistemas no industriales permitían alimentar a 500 millones de seres humanos en una superficie más pequeña que la totalidad del área agrícola de EEUU y sobre suelos que habían sido utilizados durante cerca de 4.000 años” (6).
Durante ese tiempo, que constituye la mayor parte de la historia de la agricultura, los campesinos y principalmente las campesinas trabajaron para mejorar los rendimientos, el sabor, el valor nutricional y la adaptación a los ecosistemas locales, a partir de sus semillas tradicionales. Históricamente, la conservación, la resiembra y el intercambio gratuito de semillas han sido la base de la biodiversidad y de la seguridad alimentaria. Este intercambio campesino incluía también una difusión de conocimientos, ideas, costumbres y culturas heredadas. “Hoy día la diversidad y el futuro de las semillas se encuentra amenazado. De 8.000 plantas comestibles utilizadas para la alimentación, sólo 150 son cultivadas actualmente y nada más que ocho son comercializadas a nivel mundial. Esto implica la desaparición irreversible de las semillas y de la diversidad de los cultivos” (7). Y según datos del Convenio de Diversidad Biológica, sólo quince variedades de cultivos y ocho de animales representan el 90% de nuestra alimentación.
Semillas y multinacionales
El grupo alternativo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración, de origen canadiense) nos advierte que “las 10 principales compañías controlan dos tercios del mercado mundial de semillas patentadas. La mayor empresa semillera del mundo, Monsanto, tiene casi un cuarto del mercado mundial de semillas patentadas. Juntas, las 3 principales compañías (Monsanto, DuPont, Syngenta), tienen casi la mitad del mercado mundial de semillas patentadas”. El siguiente cuadro nos permite ver una visión detallada del oligopolio agroalimentario:
Las 10 empresas más grandes del planeta según su participación en el mercado mundial por sectores
Además, en los últimos veinte años se está produciendo una integración vertical por parte de las corporaciones de todos los sectores agroalimentarios. Incorporan en sus procesos grandes segmentos de la cadena alimenticia o toda ella, desde el diseño y comercio de semillas hasta la distribución y venta al por menor, incluyendo la infiltración en los movimientos sociales de resistencia. Esta integración, que queda bajo su control directo, se logra sobre todo mediante contratos. También se hacen más grandes por fusiones o compras, por ejemplo Cargill, en 1998 adquirió Continental, una gran empresa de comercio de grano, y se convirtió la comercializadora de bienes de exportación agrícola más grande del mundo. Multiplicó por seis veces su cifra de negocios en los últimos diez años (9).
Pese a lo dicho, la mayoría de las semillas no se siembra en aras de objetivos empresariales. La mayor parte de los campesinos no son parte de este sistema corporativo, la mayor parte de la gente no se alimenta de este sistema. Y aunque esta concentración ha crecido enormemente en estos últimos veinte años, todavía el 85% de los alimentos que se producen es consumido en la misma región ecológica o por lo menos dentro de las fronteras nacionales, la mayor parte se cultiva fuera del alcance de la cadena de las multinacionales e, igualmente, la mayor parte de esta comida se obtiene a partir de variedades campesinas, sin utilizar los fertilizantes químicos que promueve la cadena industrial (10). No está todo perdido ni mucho menos.
Por eso, por medio de normas y leyes se intenta privar a los pueblos de su capacidad de mantener, reproducir, mejorar e intercambiar semillas como siempre han hecho. GRAIN (11) señala: “No es fácil para los Estados implementar estas leyes porque es mucha la gente a la que tienen que controlar: gente que lleva siglos resistiendo, batallando y produciendo comida. Por lo tanto estas leyes, a pesar de lo terribles que son, son aún sólo papel y letra y seguirán siéndolo en la medida que sigamos produciendo alimento de manera independiente. La pelea va a ser dura, pero por otro lado no hay que olvidar que el ataque es así de feroz e implacable porque la capacidad que hoy día tienen los pueblos campesinos e indígenas del mundo de seguir produciendo comida es sumamente importante. Si la comida que producen los pueblos campesinos e indígenas fuese marginal, no se necesitarían estas leyes. Por eso hoy en día es más importante que nunca mantener las semillas propias y todos los sistemas colectivos que permiten que esa semilla se mantenga viva y se mantenga caminando”. El ataque seguirá siendo feroz y por todos los medios al alcance de las multinacionales, porque la promesa de negocio de este sector estratégico es mayor que la del petróleo y los automóviles juntas.
Así ha de ser, por ejemplo, frente a normas como las implantadas en Colombia en 2010, por las que hay que pedir autorización para guardar semillas y resembrarlas, o permitir la inspección administrativa por parte de los funcionarios autorizados, se ha corrido la voz de esconder las semillas para ocultarlas de la policía de genes. Esto recuerda la distopia inventada por Bradbury, en su novela “Fahrenheit 451”, en la que cada resistente debería memorizar un libro, una las obras inmortales escritas por la humanidad, sólo que ahora se tratarían de semillas clandestinas de variedades locales autoproducidas o intercambiadas, guardadas con celo por cada campesino/a.
Igual pasa en México, en donde a partir de la Ley de Semillas de 2007 toda semilla tiene que ser de producción propia o comprada, no hay otra alternativa, eso significa que intercambiar o regalar semillas es ilegal. También en Chile acaban de aprobar (en el Senado, y ratificado después por el Tribunal Constitucional el pasado 24 de junio) la adhesión del país al Convenio UPOV 91 (Organización Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales, que trata de proteger la propiedad intelectual) que al decir de los opositores a esta ley “restringe y prohíbe el uso, mantención, multiplicación e intercambio de las semillas. Con ello privatiza un bien naturalmente común, lo que es expresamente prohibido por la Constitución chilena” (12). Según el Convenio UPOV 91, una planta que no circule en el comercio general o no aparezca en un registro oficial puede ser considerada nueva o distinta y patentada. En Europa asistimos, igualmente, a una privatización galopante de las semillas convencionales. El próximo mes de octubre la Oficina Europea de Patentes (OEP) en Múnich dictará el fallo definitivo sobre patentes sobre el brócoli y sobre tomates que abarcan las semillas, las plantas y los alimentos obtenidos a través de cultivos convencionales. No se trata de transgénicos. Hay un precedente inquietante y es que en marzo de este año la OEP otorgó a Monsanto una patente sobre melones obtenidos a través de cultivos convencionales. Si estas patentes se siguen otorgando empresas como Monsanto no sólo tendrán el control de las semillas transgénicas sino también sobre cultivos y crías normales.
Para hacer de “guardianes de semillas”, uno de los medios más extendidos y recomendados son los bancos comunitarios de semillas “in situ”, es decir sobre el terreno o próximos a las condiciones ecosistémicas locales con las que han coevolucionado. Y también la de seguir con el intercambio de semillas y los ensayos de mejoramiento para mantener esa práctica, que tan buenos resultados ha dado a la humanidad: la de hacer la puesta en común de aquellos bienes comunales por naturaleza, que es también comunidad de trabajo y saberes. Un orden de cosas más ambiciosos seguir la propuesta de Silvia Pérez Victoria: el retorno de los campesinos como oportunidad para nuestra supervivencia, tal como ha dejado desarrollado en el libro del mismo nombre, de reciente publicación, abajo reseñado.
El apoyo de los movimientos sociales campesinos (como Vía Campesina y el MST brasileño) y de otros movimientos, como el ecologista o los de colaboración con países empobrecidos, resultan de suma importancia en esta coyuntura bélica.
Por eso, a la vez que son necesarios e imprescindibles, son también objeto del deseo en esta guerra de las multinacionales por las semillas: tratan de infiltrarse en ellos, sacar información y semillas, aprovecharse para hacer negocios y tratar de dividirlos desde dentro. Como dice GRAIN, uno de estos movimientos muy activo, “las corporaciones utilizan todo su poder para expandir los monocultivos, intentan acabar con los sistemas campesinos de semillas y se han logrado colar a los mercados locales” (13).
Según la FAO (14) “la diversidad local de recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura hallada en los campos agrícolas o “in situ” aún está, en gran medida, mal documentada y ordenada. En la actualidad, existe una conciencia cada vez mayor sobre la importancia de esta diversidad y su aporte a la seguridad alimentaria local… gran parte de la diversidad aún debe garantizarse para su utilización en el presente y el futuro, en particular la diversidad de las plantas silvestres afines de las plantas cultivadas y las especies infrautilizadas importantes para la alimentación y la agricultura.” Por eso, la entrada en el mundo local es fundamental para las multinacionales donde continúa guardada gran parte de la diversidad, de las variedades locales y tradicionales y donde su acceso resulta a todas luces muy difícil, por las resistencias seculares mencionadas más arriba. Y para ello, las multinacionales, tratan de penetrarlas disfrazadas de solidaridad.
Semillas y el urgente aviso a los movimientos sociales de resistencia
Según denuncian Gustavo Duch y Fernando Fernández (15), conocidos activistas agroecológicos, “en estos momentos existen una serie de programas para desarrollar una segunda vuelta a la revolución Verde, ahora en África. Encabezado por un grupo de grandes corporaciones y fundaciones como Gates o Rockefeller, se propagan una serie de proyectos que favorecerán la instalación de dichas empresas en África, donde podrán ampliar sus negocios y su mercado, desplazando los sistemas públicos nacionales (…). La participación de fundaciones solidarias como Gates no deja de ser preocupante y distorsionadora. Sólo en el mes de septiembre del 2010, Gates ha donado 8 millones de dólares para favorecer la entrada de Cargill y su soja en África; y ha invertido 23.1 millones de dólares en Monsanto”. A este proyecto se le ha bautizado con el nombre de AGRA.
Pero hay más, también casi los mismos actores, Gates, Rockefeller y Monsanto, junto a Syngenta, el Gobierno Noruego y otros gobiernos han creado en 2008 lo que se ha dado en llamar “La bóveda de semillas del fin del mundo”, que es un gran banco de semillas y recursos fitogenéticos instalado en el Ártico, en una isla del archipiélago Svalbard. La “bóveda” tiene capacidad para almacenar 4,5 millones de muestras de diferentes semillas, cada muestra tiene un promedio de 500 semillas. Guardan más de siete mil especies de plantas que históricamente han sido usadas en la dieta humana.
Pero según sus críticos, “bajo esta iniciativa en apariencia altruista se encuentra en juego la soberanía alimentaria y cultural de la humanidad, ya que las posibilidades de que estas semillas sean clonadas, genéticamente modificadas y patentadas lleva a la apropiación de los patrocinadores de dicha bóveda de los futuros alimentos del mundo. Ante semejante amenaza la única alternativa viable es que los campesinos/as del mundo colecciones sus propias semillas y constituyan bancos de vida, como parte de la soberanía alimentaria de los pueblos” (16)
Aún hay más. A estas fundaciones y empresas del gran capital, para el programa AGRA y otros similares, se han unido otras dos fundaciones provenientes del filantrocapitalismo, dedicadas a la penetración en los movimientos sociales de resistencia (además de procurar hacer más negocios): se trata de las muy conocidas en España y Latinoamérica como AVINA y Ashoka. La primera procede del magnate Stephan Schmidheiny, cuya fortuna se ha amasado en el criminal negocio del amianto; y la segunda tiene como patrocinadores a las grandes empresas (JP Morgan, Mc Kinsey, etc.) y al Departamento de Estado americano. AVINA y Ashoka tienen una alianza estratégica desde hace más de quince años. Comparten líderes, proyectos, financiación, ideología, etc. Van de la mano.
En cuanto al asunto de las semillas, hay que resaltar, primero la presencia de Gustavo Grocopatel, el argentino llamado el “rey de la soja transgénica” en su país, que es un destacado miembro de AVINA. Igualmente, la presidencia de la fundación recae en Biondi-Morra, procedente la multinacional DuPont, una de las semilleras más grande del mundo. El fundador Stephan Schmidheiny fue, asimismo, directivo de la multinacional Nestlé. Por otra parte, el renombrado economista neoliberal Hernando de Soto es miembro de las más alta instancia de Ashoka. La Asociación que dirige de Soto obtuvo de los gobiernos canarios y español, en los últimos años, una subvención de 700.000 euros (sic) para hacer un prediagnóstico de la situación de la economía informal de Senegal, Mali, Níger y Cabo Verde, con vistas a convertir bienes comunes en propiedades privadas. España sirve de puente para la conquista de África con semillas transgénicas.
En segundo lugar hay que destacar la alianza entre Ashoka y la fundación Gates en 2009, para África e India, cifrada en 15 millones de dólares y destinada a “elegir a más de 90 emprendedores sociales que difundirán prometedoras innovaciones para ayudar a salir de la pobreza a pequeños agricultores”, o sea para el programa AGRA y para la Bóveda de semillas del fin del mundo.
¿Cómo actúan estas dos fundaciones del filantrocapitalismo en España, con vistas a la guerra de las semillas? Como era de esperar, hacen de “caballitos de Troya” en las organizaciones de resistencia: cooptan a sus líderes, los asesoran, contratan con ellos derechos de imagen y otras obligaciones, los financian, les facilitan viajes, encuentros, etc. y comprometen a las organizaciones que representan. Los cooptados hacen el papelón de volcar todo el prestigio de las organizaciones que coordinan en conceder legitimidad a estas fundaciones del gran capital, en contra, claro, del discurso que mantienen en sus instancias habituales que suelen ser anticapitalistas, agroecológicas y de soberanía alimentaria.
Por ejemplo, la fundación AVINA financió en los años 2001 y 2002 un proyecto de recuperación de semillas a la entidad llamada C.I.F.A.E.S., organización vinculada al proyecto Amayuelas de Abajo (Palencia). Consistía en la “búsqueda de información de variedades locales de la zona centro, exploración de la comarca, y recogida de material para la puesta en marcha de un banco de semillas”. El proyecto paró cuando de acabó la financiación de AVINA, “pendiente de nueva búsqueda de financiación” como reconocen los perceptores de la ayuda. Pero AVINA cuando financia lo hace bajo contrato. Así en la memoria de la entidad del año 2001, se puede leer: “una vez que el proyecto ha sido aprobado, se procede a la firma del contrato que sella el “emprendimiento conjunto” al que se comprometen ambas partes”. De modo que tratándose de este tipo de fundaciones del gran capital, con intereses en el sector agroalimentario, la información obtenida y, quizá, algunas muestras de semillas estén ya en manos de las multinacionales del ramo, o en la “bóveda del fin del mundo”, ¿Por qué no? Hasta que no se haga público el contrato, se puede muy bien mantener la sospecha.
Estas fundaciones no dejan a sus socios, tienen vocación de hacer contratos vitalicios y mantener a los cooptados en sus redes. Así, de nuevo encontramos a AVINA en Amayuelas en junio de 2003, en un encuentro de una asociación denominada “Tejiendo redes”, que apoya la fundación AVINA, y que sirve de puente entre los socios de España y Latinoamérica.
Otra vez aparece AVINA, en 2001 y 2003, por los mismos espacios financiando la puesta en funcionamiento de la Universidad Rural Paolo Freire, uno de cuyos impulsores y coordinador técnico es Jerónimo Aguado, de Amayuelas.
En 2007 toma el relevo Ashoka que coopta, por medio de una dura selección, al propio Jerónimo Aguado como emprendedor Ashoka. Durante tres años le han dado un sueldo o beca mensual de unos 1500 €, que según manifiestan han servido para consolidar la Universidad Rural Paolo Freire en Amayuelas.
Se da la circunstancia que Jerónimo Aguado es Presidente de la Plataforma Rural desde su fundación, hace más de quince años. La citada Plataforma está dedicada a la lucha contra los transgénicos y a la impulsión de la soberanía alimentaria en la sociedad, y como coordinadora está integrada por muchas organizaciones que profesan la misma filosofía.
Como se puede ver la penetración de Avina y Ashoka en los movimientos alternativos que luchan sincera y denodadamente contra los transgénicos y por la soberanía alimentaria, ha sido bien culminada. Están infiltrados como un queso de Grüyere.
Si se va a la página de Ashoka se puede ver cómo aparece vinculada a esta fundación no sólo el emprendedor seleccionado, Jerónimo Aguado, sino las organizaciones CIFAES y la Universidad Rural Paolo Freire, como si fueran entidades también vinculadas a Ashoka. Aparecen con suficiente ambigüedad, por si acaso a los socios de estas organizaciones se les ocurre presentar reclamaciones a la fundación Ashoka. Salvo que su presencia en compañía de Ashoka haya sido previamente aprobada por las asambleas de socios de estas entidades.
¿De todo esto qué se deduce? Que la guerra que se libra en todo el mundo por el control de las semillas y la alimentación tiene su correspondiente capítulo en lo que hemos denominado la “infiltración en los movimientos sociales de resistencia”, en este caso los que proponen la soberanía alimentaria. No se trata de cuestiones meramente personales, sino estructurales. Por muy buena fe y buen hacer que tengan los componentes de estas organizaciones de resistencia, parte de su tarea está al servicio de aquellas entidades a las que combaten. O sea que la lucha contra Monsanto, y lo que esta multinacional representa, se libra favoreciéndola y en alianza estratégica con ella misma (sic). Pero no es posible la cuadratura del círculo. Por tanto ética y políticamente, no son admisibles estas alianzas más o menos conscientes con las multinacionales que nos quieren robar las semillas. Y estas entidades colaboradoras de Monsanto y compañía, vía Ashoka, carecen de credibilidad mientras se mantengan las actuales condiciones, por mucho que proclamen las grandes palabras de “UN MUNDO RURAL VIVO” y “SOBERANÍA ALIMENTARIA” en todos los foros a los que asisten.
Hablando de grandes palabras, hemos de alertar también sobre otra fundación llamada Triptolemos, presidida por el mediático Federico Mayor Zaragoza, que dedicada a la alimentación afirma que “nace de una visión unitaria y global del sistema alimentario. (y) Colabora en la optimización y articulación de su funcionamiento, para que redunde en beneficio de la disponibilidad y calidad de los alimentos, y en la confianza”. En aras a generar esta confianza, cuenta entre sus socios a Nestlé, Danone y otros más. De nuevo un personaje que pasa por progresista aparece aliado con el gran capital de la alimentación industrial de forma permanente. Como además, es partidario de las semillas transgénicas, hay que aplicar a esta fundación el principio de precaución de la desconfianza.
El aviso urgente que hay que dar a los movimientos de resistencias en esta guerra de las semillas, y ante una situación tan grave como la aquí descrita es que, mientras las entidades aquí mencionadas (CIFAES, Universidad Rural Paolo Freire y Tejiendo Redes), con contratos y compromisos con las fundaciones ligadas a Monsanto, Gates y Nestlé, vía AVINA y Ashoka, no se desliguen pública e inequívocamente de estas alianza aquí demostradas (y desaparezcan, por ejemplo, de las páginas de Ashoka), digo que los movimientos sociales no colaboren con ellas; especialmente en proyectos que tienen que ver con las tareas de recuperación de semillas o construcción de bancos comunitarios “in situ”. Es el caso se que está dando actualmente con la Universidad Rural Paolo Freire, que se propone iniciativas de este tipo en distintas comarcas del país. Aunque no sea seguro que vayan a pasar la información al “enemigo”, el principio de precaución aconseja esta desconfianza: “hay que detener el robo de las semillas”.
Tampoco tiene sentido que el pool de movimientos antitransgénicos y por la soberanía alimentaria que representa la Plataforma Rural, esté presidido desde la noche de los tiempos por alguien comprometido con las fundaciones del gran capital mencionadas. Por eso desde algunas instancias se ha pedido ya la dimisión de tal cargo.
Conclusión:
Terminamos con el diagnóstico hecho por la Vía campesina el pasado marzo en Bali sobre el estado de la cuestión de las semillas. Dicen: “El proceso Río+10 lleva a un enfrentamiento claro entre un capitalismo disfrazado de verde y la agricultura campesina, la agroecología y nuestras semillas campesinas”.
Y con la recomendación del grupo GRAIN: “En los últimos veinte años hubo un aumento descomunal de los agronegocios. Si la humanidad va a sobrevivir con alguna dignidad en este planeta, los siguientes veinte años debemos erradicarlas” (17). www.ecoportal.net
Paco Puche – España - Septiembre, 2011
Notas y referencias:
(1) Pérez-Vitoria, S. (2010), El retorno de los campesinos, Una oportunidad para nuestra supervivencia Icaria, p.103.
(2) Vía Campesina (2011) “Bali declaración sobre semillas” 16 de marzo de 2011, consultado enhttp://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Biodiversidad/Bali_declaracion_sobre_semillas
(3) Shiva, V. (2011), “El robo de semillas por parte de las Corporaciones”, 29.4. 2011
(4) CLOC-Vía Campesina (2010), “Documento final de la reunión de la campaña de semillas”, Quito, octubre 2010, consultada en: http://www.grain.org/...
(5) Grupo ETC (2010), “Quién alimenta al mundo”, Biodiversidad, Abril 2010, consultado en: http://www.grain.org/article/entries/4110-quien-alimenta-al-mundo
(6) Pérez-Vitoria (2010), o.c. p. 76
(7) Vandana Shiva, Martini, Altieri y otros (2006) “Manifiesto sobre el futuro de las semillas”, por la Comisión Internacional para el Futuro de los Alimentos y de la Agricultura, consultado en: http://www.agroeco.org/...
(8) Grupo ETC (2011), “A la caza de genes climáticos”, consultada en:http://www.etcgroup.org/...
(9) Ironías del destino, la citada multinacional ha llegado a un acuerdo (joint venture), al 50%, con la empresa Hojiblanca de la comarca de Antequera (Málaga) para la comercialización del buen aceite de oliva de la citada zona. Uno de los almacenes de embotellado y distribución lo ha instalado la multinacional en la que fuera antaño la Casería Eslava, finca de mi familia y lugar en el que hasta los 17 años frecuentaba en verano, participando a mi escala en las faenas del campo, en ese tiempo en que aún estábamos fuera de la “revolución verde”. Allí se cultivaba trigo, cebada y maíz con algo de huerta y frutales, combinado con ganadería de labor y de consumo. Todo ecológico.
(10) Grupo ETC (2010),o. c.
(11) GRAIN (2010), “Leyes para acabar con la agricultura independiente”, Biodiversidad, abril 2010, consultada en: http://www.grain.org/...
(12) De la declaración de Camila Montesinos, investigadora de GRAIN, ante el Tribunal Constitucional de Chile, junio 2011
(13) GRAIN (2010), “Veinte años en que las agroindustrias han devastado los sistemas alimentarios”, Biodiversidad, octubre 2010, consultada en:http://www.grain.org/...
(14) FAO (2009), “Segundo informe sobre el estado de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura en el mundo”, consultado en:http://www.fao.org/...
(15) Duch, G. y Fernández, F. (2010), “La agroindustria bajo sospecha”, consultada en: http://www.fespinal.com/... p.15
(16) Gómez Álvarez, L. y Henao, A. (2011), “El negocio del hambre y la soberanía alimentaria”,Revista Biodiversidad en A. Latina y el Caribe, 12, agosto, 2011,consultada en: http://biodiversidadla.org/...
(17) GRAIN (2010), o.c.
FUENTE: http://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Biodiversidad/Semillas_multinacionales_y_movimientos_sociales
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