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7 de noviembre de 2011

La sociedad del riesgo: transgénicos.



¿Cómo queremos vivir? ¿qué es lo humano en el ser humano y lo natural en la naturaleza que hay que conservar? ¿Dónde y cuándo hay que trazar los límites entre daños aún aceptables y ya no aceptables, derivados de la modernización, la industrialización, la tecnificación de la vida en las sociedades contemporáneas?


Éstas son algunas de las preguntas que plantea el sociólogo alemán Ulrich Beck (1944), quien en su obraLa sociedad del riesgo constata la presencia de dos paradigmas en la sociedad actual: el paradigma de la riqueza y el paradigma del riesgo. Se dedica a estudiar este último, que producto de los riesgos globales de la modernización.
Sostiene que en la modernidad desarrollada hay dos tendencias: el reparto de los riesgos producidos de manera científico-técnica, y el reparto de la riqueza en la sociedad de la carencia. Se liberan los riesgos y potenciales de amenaza en una medida desconocida, pero las riquezas se acumulan hacia arriba y los riesgos hacia abajo. Hay una “fuerza de atracción” sistemática entre la pobreza extrema y los riesgos extremos.
Se pueden poseer las riquezas, pero por el riesgo se está afectado, éstos son como asignados civilizatoriamente. En las situaciones de clases, el ser determina la conciencia, mientras que en el riesgo la conciencia determina al ser. El saber adquiere un nuevo significado político.
Las consecuencias derivadas de la sociedad del riesgo no se tratan ya del desprendimiento del ser humano de la naturaleza (ni del aprovechamiento de ésta) sino de problemas consecuencia del desarrollo técnico-económico mismo, y también, sobre todo, de los intereses financieros y empresariales.
Las cuestiones del desarrollo y la aplicación de tecnologías (en el ámbito de la naturaleza, la sociedad y la personalidad) son sustituidas por cuestiones de la gestión política y científica (administración, descubrimiento, inclusión, evitación, ocultación) de los riesgos de tecnologías a aplicar actual o potencialmente en relación a horizonte de relevancia a definir especialmente.
La promesa de seguridad crece con los riesgos y ha de ser ratificada una y otra vez frente a una opinión pública alerta y crítica mediante intervenciones reales en el desarrollo técnico-económico.
Al ocuparse de los riesgos civilizatorios, las ciencias ya han abandonado su fundamento en la lógica experimental y han contraído un matrimonio polígamo con la economía, la política y la ética, o más exactamente: viven con éstas sin haber forzado el matrimonio (“heterodeterminación oculta en la investigación de riesgo”). Los estudios sobre la seguridad de los reactores nucleares se limitan a valorar determinados riesgos cuantificables en el caso de accidentes probables. Así pues, desde el propio punto de partida se limita ya la dimensionalidad del riesgo a la manejabilidad técnica. Por el contrario, para los adversarios de la energía nuclear lo principal es precisamente el potencial de catástrofe. La misma lógica está presente en la discusión sobre los organismos genéticamente modificados.
Vivimos en un momento de luchas de definiciones entre la racionalidad científica versus la racionalidad social. Son pretensiones de racionalidad que compiten y luchan de manera conflictiva por su preeminencia. En uno y otro lugar se ponen cosas distintas en el centro, se mantienen constantes o variables cosas diferentes. El efecto social de las definiciones del riesgo no depende de su consistencia científica.
Los riesgos contienen esencialmente un componente futuro. En contraposición a la evidencia palpable de las riquezas, los riesgos tienen algo de irreal. Algunas son palpables, aguas contaminadas, destrucción del bosque. La auténtica pujanza social del argumento del riesgo reside en la proyección de amenazas para el futuro. El centro de la conciencia del riesgo reside en el futuro, no en el presente.
Antes, los peligros eran percibidos por los sentidos, hoy los riesgos civilizatorios se sustraen a la percepción y más bien residen en la esfera físico química (elementos tóxicos en los alimentos, amenaza nuclear, transgénicos). Antes los peligros eran por infraabastecimiento de la tecnología higiénica, hoy por la sobreproducción industrial.
Los riesgos de la modernidad se presentan de manera universal, y los caminos de su efecto nocivo son incalculables e impredecibles. Las conjeturas de causalidad se sustraen a toda percepción. Son teorías. Han de ser añadidas siempre en el pensamiento, supuestas como verdaderas. Los riesgos son invisibles también en este sentido (“hay que creérsela”). La causalidad supuesta queda siempre mas o menos insegura y provisional.
Las constataciones del riesgo son una simbiosis aún desconocida, no desarrollada, entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, entre racionalidad cotidiana y racionalidad de los expertos, entre interés y hecho.
En las definiciones del riesgo se rompe el monopolio de racionalidad de las ciencias. Las pretensiones, los intereses y los puntos de vista en conflicto de los diversos actores de la modernización y de los grupos de afectados son obligados en las definiciones del riesgo a ir juntos en tanto causa y efecto, culpable y víctima.

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