16 noviembre, 2017 por Redacción La Tinta
Caminando por las sierras, tal vez usted se haya cruzado con los emisarios de un negocio inmoral que supera los 80.000 millones de dólares en todo el mundo: la biopiratería.
Por Daniel Díaz Romero para Sala de Prensa Ambiental
Stella Maris Luque, investigadora y docente de la Universidad Nacional de Córdoba, manifiesta que “Instituciones, laboratorios y empresas alemanas, canadienses y norteamericanas realizan relevamientos de flora y fauna autóctona y, en forma sostenida, tientan económicamente a investigadores cordobeses para sus trabajos de biopiratería. Es una práctica habitual”, afirma.
Así, comienzan a documentarse casos en donde grandes consorcios multinacionales extraen -sin atender a ningún criterio jurídico o acuerdo internacional- muestras de suelos, plantas, hongos, agua e insectos que después, procesan en sus laboratorios, y sirven para producir nuevas enzimas, proteínas, materiales y sustancias.
Poleo, ajenjo, algarrobo, tomillo, aloe y demás especies son empleados para aliviar dolores y apaciguar enfermedades. La visión convencional de ver en los bosques solamente suelos y madera ha cambiado; nuestros montes son verdaderos laboratorios naturales, farmacias vivientes y bibliotecas sin clasificar.
Cortezas, raíces, tallos, flores, hojas, frutos y semillas son utilizadas en infusiones, vapores y jarabes. De ellos se extraen gomas, gelatinas, lípidos, jugos, estimulantes, taninos, aceites, resinas, bálsamos, enzimas y vitaminas, además de tinturas, alimentos y vinos medicinales.
Tal vez, nuestros campesinos y serranos, estén sentados en un banco de oro, sin saberlo. Es que los recursos genéticos no se ven, pero están allí y se calcula que el 80% de la población rural hace uso de plantas medicinales y recursos de la medicina tradicional.
Pero la carencia de estudios para identificar y registrar todas las especies en nuestro territorio provincial, hacen que se transforme en un arca abierta para la biopiratería, porque ni siquiera sabemos que están despachando algunos investigadores e instituciones, hacia sus laboratorios en el exterior.
“Aunque existe el criterio de que la naturaleza no se puede patentar, en Estados Unidos hay tendencia a registrar todo y, si es necesario, apelan al contrabando de especies silvestres”, afirman los expertos en el tema.
Es que ahora hasta los genes se registran. Las estadísticas son apabullantes: se estima que un 25% de las medicinas que se venden en Estados Unidos provienen de compuestos extraídos de 40 plantas y que, hasta ahora, sólo se ha estudiado el 1% de las 250.000 especies de flora conocidas en el mundo.
La doctora Cristina del Campo, ex-jefe del área jurídica de la Agencia Córdoba Ambiente, comenta que en noviembre de 1999 la Aduana detectó, en el Aeropuerto de nuestra ciudad, un cargamento ilegal de cactus protegidos por envoltorios de la industria farmacéutica Bayer. El envío tenía como destino Italia y era remitido por un investigador de del Facultad de CIencias Exactas, Físicias y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba.
La ex-funcionaria, testimonia que la provincia debió invertir mucho dinero para reimplantar los ejemplares que intentaban sacar ilegalmente del país, tras lo cual, agrega que “Muchos convenios y acuerdos de investigación entre Instituciones de nuestra provincia y organismos internacionales generan un campo abierto para el saqueo de nuestros recursos naturales”. La abogada dice: “Los investigadores, creo, no son conscientes de este peligro cuando prestan colaboración para estos proyectos.”
Mientras esto sucedía en nuestra provincia, el secuestro de una planta peruana, por parte del gobierno japonés, de gran utilidad y poco conocida, motivó un escándalo en los medios de comunicación de ese país. El Yacón, vegetal nativo de los Andes y pariente del girasol, tiene sabor dulce pero no engorda, por lo que este vegetal podría suplantar a cultivos, como la caña de azúcar.
Viendo este enorme mercado potencial, los japoneses investigaron y patentaron derivados de aquella planta por más de una década. A principios de este año, cuando el escándalo del Yacón inquietaba, la FAO trabajaba para apelar, legalmente, el patentamiento de una variedad de un cereal mexicano, por parte de una empresa de semillas estadounidense.
El problema es mundial. Tal saqueo del patrimonio natural y genético en los países subdesarrollados logró que Malasia, acorralada por la biopiratería, establezca la entrega de los premios “Capitán Garfio”, que denuncia públicamente a los principales responsables de este comercio espurio. ¿Quién está monopolizando sus genes o patentando sus plantas?, preguntan.
Ya no necesitan extraer toneladas de plantas. Ahora, de una pequeña hoja se puede regenerar una planta completa. Basta una minúscula hojita para conocer toda su composición y reconstruir el vegetal completo. Por eso, la urgencia de proteger nuestros derechos biológicos. “Necesitamos invertir en bancos de germoplasma y hacer inventarios de lo que tenemos”, sostienen los especialistas, porque ecosistemas enteros están bajo la voracidad de los mercaderes extranjeros que encuentran cómplices incautos en nuestras Universidades y Centros de Ciencias.
No traen espejitos de vidrio, sino subsidios para nuestros afligidos investigadores, y con ello, manipulan su trabajo y conocimientos.
La bióloga Stella Maris Luque, recuerda que en un Encuentro de Biodiversidad realizado en Córdoba, el Jardín Botánico Real de Kew, presentó una propuesta a un grupo de docentes e investigadores de la Universidad, ofreciéndoles formación técnica, medios de movilidad, y recursos financieros.
“Es muy tentador porque tenemos escasos recursos”, reconoce y luego explica que: “La defensa de nuestra biodiversidad, del agua, de los recursos energéticos, la efectuamos con subsidios muy reducidos y, a través de esos financiamientos externos, podemos comprar un auto para nuestras investigaciones en el campo o alguna computadora para la Facultad”. Sin embargo, advierte que “Debemos estar alertas y ponerle freno a esto porque, de manera encubierta, se entrometen en el manejo de nuestros recursos”. A cambio, dice la investigadora “Tenemos que dar un listado de especies y dejar que ellos intervengan en el manejo de las variedades y del germo-plasma que sacan de los sistemas naturales de Córdoba. Es venir y meter la mano en nuestro patrimonio natural, por eso dijimos que no, a pesar de nuestras carencias”, expresa la bióloga.
El instituto botánico inglés, que realizó la propuesta, recibe más de 2500 paquetes de semillas del mundo entero al año. Un naturalista afirma que el Jardín Botánico Real saquea, sin contemplaciones, el planeta entero.
¿Las plantitas son ajenas?
Los cordobeses, no conocemos el valor de las especies que conforman nuestra biodiversidad agrícola y silvestre: “Si queremos saber que recursos naturales tenemos, la investigación debe partir de nuestras necesidades para manejar esos saberes estratégicamente, no como siempre, que abrimos las puertas para que se lleven todo”, asegura la docente universitaria.
Esta metodología de bio-piratería, también incluye la apropiación del conocimiento tradicional, relacionado con plantas y semillas, por parte de empresas agroindustriales, farmacéuticas o de industria biotecnológica. “Se van a llevar la información y el manejo de nuestro germoplasma. Hoy, encontramos que en Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja, por diferentes vías, esta gente concreta su propuesta: financian la formación de Centros de Biodiversidad, con los cuales acceden a conocer los componentes nativos de la flora y la fauna. Me atemoriza dejar en manos de extranjeros nuestros recursos naturales”, concluye Luque.
*Por Daniel Díaz Romero para Sala de Prensa Ambiental.
FUENTE: https://latinta.com.ar/2017/11/biopiratas-cordoba-yuyos/
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